La luna bajó, hace tanto tiempo. Llenando el cuarto de incienso, humo azulado y colillas de cigarrillos.
Bajó sobre tu piel, recorriendo tus bellas mejillas marcadas por dos líneas saladas. Tus labios rojos, jadeantes, semiabiertos. Se metió, solo un poco, dentro de ti. Llegando a tu garganta, manchando de negro aquello que aún no has podido decir.
Acarició tus nalgas, aquellas que recibieron cientos de halagos y roces carmín. Y la luna se encargó de dejar una pequeña llaga, palpitante, libre de cura, que recuerde aquello que no será, que se vuelva completamente invisible, recordada en las ausencias y otras manos.
Y al final, la luna bajó, hace tanto tiempo. Dejando un cuarto apestando a incienso, con un humo denso y obscuro, donde los pies se queman a cada paso, con los cientos de colillas de cigarros que se han quedado esperando fuego, en donde ya solo había cenizas.